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Un aspecto importante para entender la cultura y costumbres de un pueblo, en nuestro caso, de Arcera, es a través de la religión practicada en el mismo, alejada a menudo de la oficial. No obstante además de la celebración de las fiestas litúrgicas, el pueblo celebraba fiestas y ritos de origen ancestral relacionadas con los momentos esenciales de la vida humana o con los principales periodos del calendario agrícola, celebraciones con un fin mágico y supersticioso.
Este es el caso de las Marzas, una tradión hoy prácticamente desparecida que tiene su origen en un rito ancestral agrario y responde así mismo al despertar de la primavera y por tanto a la alteración hormonal de mozos y mozas. Los “marzantes” eran aquellos que salian anunciando la venida del 1er mes estacional, dedicado a la agricultura y que correspondía con el actual mes de marzo.
La última noche de febrero los mozos del pueblo, pedían las marzas por las casas del pueblo entonando canciones tradicionales. Los mozos que entraban aquella noche en comunidad eran los encargados en cargar con el saco de las limosnas. Al llegar a la casa lo saludaban diciendo: “¿Cantamos o rezamos? Lo que nos manden haremos”. Si les decian cantar, entonaban las marzas y sino rezaban un responso por los difuntos de la casa.
“Marzo florido seas bien venido, seas bien venido,
con el mucho pan con el mucho vino, con el mucho vino,
traemos un burro cargado de arbejas, cargado de arbejas,
que viene de cocos hasta las orejas.”
“Traemos un burro cargado de nada, cargado de nada,
que no come trigo, paja ni cebada, paja ni cebada,
Que come chorizo y buenas tajadas, y buenas tajadas."
“Traemos un burro cargado de aceite, cargado de aceite,
para freir los huevos que nos de la gente, que nos de la gente”.
La gente del pueblo, les daban lo que podían, huevos, chorizo, pan… Recibida la limosna se despedían cantando:
“De esta buena casa bien contentos vamos, bien contentos vamos,
de la buena gente que en ella dejamos, que en ella dejamos”.
Con lo recaudado hacian una cena de hermandad con las mozas del pueblo. El sobrante lo vendian en remate público y con ello pagaban las hachas y velas que alumbraban al Santísimo en el monumento del Jueves Santo.